Mi hija está empezando a descubrir el mágico mundo de la escritura. Poco a poco va identificando las letras y juega a encontrarles similitudes con otras formas que la rodean. En los carteles, busca aquellas que están en su nombre o apellido. ¡Disfruta! Vive ese momento como un juego. Sonríe cuando lo logra e insiste y practica cuando alguna letra no le sale. Se siente libre. Y en este proceso incorpora nuevos conceptos y conocimientos.

Una noche, cuando la observaba escribir los nombres de las princesas, pensé en la importancia de las palabras, en ese poder que encierran, en esa magia. Porque sin dudas, despiertan un sinfín de sentimientos. Sirven para el amor y la guerra. Nos hacen tomar posturas. Manifiestan nuestra ideología. Sanan y lastiman. Son memorables. Y otras veces, dignas de olvidar. Están ahí, en la superficie y en las profundidades. Son nuestras; nos pertenecen. Las transformamos; las adecuamos a los contextos. Dejamos de usar algunas; tomamos otras; aprendemos nuevas. Tienen ese “no sé qué” que convierte a la oscuridad en luz y encienden los corazones.

Las palabras son mágicas… anoche lo volví a descubrir. Me lo recordó un hada que está aprendiendo a escribir.